domingo, octubre 30, 2016

Una singularidad

Algo parecido al recuerdo nos alimentaba.

Era cotidiano, casi imperceptible, lo que nos alejaba de la comunidad, una forma de hacer apenas percibida como un lugar casi común, inapreciado.

Los compases de la vida sonaban estridentes; nos volvían extraños a cualquier melodía, a cualquier situación que pudiese ser aceptada incluso por nosotros. Buscábamos definirnos por la contraposición a lo que conocíamos, lo cual no dejaba de parecer inteligente.

Éramos, apenas, unos niños de casi sesenta años, pero no habíamos sido tocados por la tragedia, salvo por la muerte a los progenitores: aquí estamos, casi deslumbrados, por el sol poniéndose sobre un mar en calma, apenas moteado por pesqueros y algún que otro barco de guerra.

 -¿Que hacemos aquí? -me preguntabas

Y te decía, no sé, no tengo ningún recuerdo salvo la primitiva propensión a ser tu amante. Y tu sonrisa se hacía más redonda que la tierra.


[Serán en tiempos felices cuando esto suceda,
 cuando entendamos que sólo existe lo perdido].