miércoles, diciembre 31, 2014

Ser dicha

A Cecilia

La historia del camino es superior a la de su trazado. Está también en las pisadas que permiten reasentarlo, que terminan definiéndolo como la unión entre los puntos que lo conforman. ¿Quién se queda a vivir en él? ¿Quién nunca lo abandona?

Apartarse del camino es extender la vida, explorar lo que no existe para verificar que no existía.


miércoles, diciembre 17, 2014

El mismo grito

¿Cuál es la frontera que traspasa
tu corazón de invierno?
¿Cuál es la respuesta que nos dará la piel
o cuál es el azul hipnótico
que logrará convencernos
de que este día será distinto a otro?


¿Porqué habrá
de ser distinta tu desesperación
si tiene el mismo grito?

¿Porque deberá ser otro el tacto
del fiero paso de los años?

Enfundados en lo cotidiano
abjuramos de ser algo distinto.

La inercia cautiva a la esperanza
mientras la consciencia de vida la reclama.





The last man, Clint Mansell.
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lunes, diciembre 08, 2014

La parte pesada de lo efímero

Las piedras marcaban el curso. Un laberinto que sólo unas cuantas veces al mes recorríamos porque las ventanas eran los límites que nos habíamos delimitado. Intentábamos delinear lo que no parecía confuso al tacto de los dedos después de habernos convertido, voluntariamente, en topos.

 Brillantes, las aceras, apenas eran simples cementerios de los seres que las recorrían por el día: algo parecido a un sueño recurrente, casi pesadilla. Los negábamos con el mantra con el que nos convence lo exótico. Deslizábamos algún anhelo entre sus rendijas por lo excitantes que resultan los secretos. Creemos que el secreto nos delata cuando, simplemente, nos construye: sólo a los enemigos interesan. Y no teníamos tantos. Ni mucho menos.

Unos melocotones sobre una caja de cartón hecha una mesa. Un jergón de algodón sobre un piso vacío y las toallas que te dejó tu madre porque le dijiste que te había salido algún eccema: nosotros encumbrando las sábanas sanforizdas del Ritz que alguien había robado y olvidado en el altillo. La mirada saltona de la enorme rana amarilla que te compré en la feria mientas tus ojos apenas amparaban tu mirada. Tus pechos emergiendo del lago junto a tu sonrisa para buscar mi camiseta verde. Rebusco en la memoria para no olvidarlo todo. Rebusco en el pasado para darle forma de nuevo: el pasado está hecho de piedra o de arcilla. Depende de los traumas.

Se te tersa el rostro por las noches, no sé si te lo dije. Se te afina la piel aún más que el alma: brillas, simplemente. En lo horadado de la obscuridad encuentras tu cauce por que el que  me guías. Debe haber más explicaciones, pero puedo dejarlas de lado casi sin mella alguna.

Lucidez y ternura en los caparazones.

Oxido en tu aliento

Dejo al sol perderse en la montaña como dejo al día que estremezca a las piedras; es algo tan fútil como imperfecto. Es lo imaginado perfecto lo causante del daño, del dolor de ahora vicariamente convertido en refugio de lo que no es ya más que un páramo yermo, una estepa donde los pájaros han de anidar en el suelo y mimetizarlo: parecerse a todo lo que no puede distinguirse del resto; lo cotidiano como sujeto de supervivencia.

Es una forma porque hay otras tantas. Es una sombra porque hay otras luces. Es una luz porque los colores son perezosos y se mezclan por no separarse, embridados en haces que excitan tus pupilas para que puedas no confundirme entre tanto ser que deglutes, entre tanto yo que respiras: comburente del que alientas el resto de las llamas solapando el mundo entre sus sábanas de herrumbre.

Oxido en tu aliento.
Tu aliento me oxida.