sábado, noviembre 01, 2014

Textos del pasado siglo (I)

Revisar antiguas cajas tiene su precio.
De aquí en adelante iré mostrando cuál.

RAZAS DE PIEDRA


Quizás sea posible la comunicación subliminal entre quienes alguna vez estuvieron destinados a estar realmente hermanados, aunque no hayan sido conscientes de tal hecho -aunque el roce común haya conseguido disfrazar una relación más definitiva, aunque la erosión de la ausencia haya construido ídolos y sagrados monumentos cársticos, aunque las casualidades hayan sido funestamente adversas, aunque el destino se haya opuesto frontalmente a cualquier fruto ostensible y perdurable, a pesar de que la totalidad del universo se hubiera aliado en una conspiración tendente a su perdición- porque mantienen un común punto de fuga, un último refugio de razas de piedra, un último reducto al que la infancia brindó un único perfume de invulnerabilidad, en el cuál somos imbatibles porque sólo nosotros tenemos acceso, porque la única sangre que podrá manchar su tierra -casi sagrada- será la nuestra; aunque sea derramada por otros; aunque se derrame muy lejos…

Quizás, en mi caso, tal hecho sólo sea posible si un cierto grado de alcoholemia me transporta más allá de mi miserable sentido de la realidad, de lo práctico, de lo cotidianamente admisible, de lo que seré de nuevo de aquí a unas horas, de lo que, en definitiva, mi instinto de especie superviviente hasta el momento, determina: pero poco importa, porque las almas que hubieran sido verdaderamente hermanas deben tener -hipótesis no contrastable, pero balsámica- un punto común desde su origen, imperturbable en su destino y persistente por su levedad e insignificancia. Quizás sea el refugio ancestral al que nos será posible regresar para que rindamos cuentas de las torpezas cometidas, de las traiciones perpetradas, del aliviadero -loado sea- que nos ha permitido sentirnos asidos a la vida por su lado humano, por su faz carente de espinos, de cuchillos y de aristas, por su vertiente amable y de adormidera.

 Razas de piedra… ¿por qué? Porque solemos girar la cabeza para contemplar lo prohibido, lo desaconsejable, lo condenatorio, aunque nos asentemos en lo aprendido de los errores, en lo aprehendido por la brutal impronta de lo sobrevenido, en las lecciones que nos mostraron desnudos ante nosotros mismos -resultó tan ridículo- que nos impulsaron a un destino: la supervivencia frente al error como único camino que les es permitido a los que en algún momento tuvieron una consciencia de lo que eran sus anhelos. Porque la dicha que permite la ausencia del dolor sangrante, es suficiente láudano para seguir la secuencia de los días y, las pequeñas alegrías alcanzadas de forma cotidiana y sin demasiada intervención de nuestra voluntad, son suficiente abono para alimentar la tierra que ha de albergar nuestra tumba.

 Semilla de piedra. Lila downs