Shame
Un adagio se deshace entre las manos mientras un repiqueteo obstinado se desliga del patrón de tiempo desbordándolo.
Cuando me mostró sus lágrimas ya estábamos borrachos, pero aún acerté a decirle que podemos crear otras vidas si nos damos tiempo, si no caemos en la trampa de lo urgente, si no profesamos la fe en la desesperación. Era un intento de consuelo, un apretón de manos a un enfermo, una esperanza de luz para mirar al cielo, un intento de mostrarme como otra puerta hacia el mismo infierno, para hacerle notar que si hay dos infiernos iguales resulta mucho menos temible la propia noción de infierno.
Lo temible es la unicidad, lo absoluto, la redención imposible, la pérdida sin medida. El sinsentido al que nos aboca el sentimiento. La sensación de la negación de cualquier sensación ulterior por la intensidad brutal de la sensación de ahora. El paso lento de la vida sobe la corteza de los pinos dorados de Tasmania. El lento poso del olvido que, como un mantra, se repite con ligeras desviaciones en una campana de bronce repujado.
Ahora, cuando la vergüenza viene a imponer sus voces, me siento sordo. Me encuentro bien, reconfortado, por que hallo causa a lo perdido: la necedad (también de otros) debe tener su precio y su naufragio.
Shame (BSO), Harry Scott
Cuando me mostró sus lágrimas ya estábamos borrachos, pero aún acerté a decirle que podemos crear otras vidas si nos damos tiempo, si no caemos en la trampa de lo urgente, si no profesamos la fe en la desesperación. Era un intento de consuelo, un apretón de manos a un enfermo, una esperanza de luz para mirar al cielo, un intento de mostrarme como otra puerta hacia el mismo infierno, para hacerle notar que si hay dos infiernos iguales resulta mucho menos temible la propia noción de infierno.
Lo temible es la unicidad, lo absoluto, la redención imposible, la pérdida sin medida. El sinsentido al que nos aboca el sentimiento. La sensación de la negación de cualquier sensación ulterior por la intensidad brutal de la sensación de ahora. El paso lento de la vida sobe la corteza de los pinos dorados de Tasmania. El lento poso del olvido que, como un mantra, se repite con ligeras desviaciones en una campana de bronce repujado.
Ahora, cuando la vergüenza viene a imponer sus voces, me siento sordo. Me encuentro bien, reconfortado, por que hallo causa a lo perdido: la necedad (también de otros) debe tener su precio y su naufragio.