martes, mayo 03, 2005

Aprendiendo de lo que llamáis vigilia

Hoy me he despertado con la convicción de que es tarde, de que el tiempo ha transcurrido en su totalidad, que lo que queda de él no es más que un mero accidente. Resulta difícil comenzar el día con esas convicciones, así que decidí volver a dormir, volver a probar suerte con los sueños, intentando cambiar el amargo presentimiento que me ha envuelto desde el primer instante. Ni que decir tiene que ha sido inútil. En esos días la fatalidad se te pega como una sanguijuela y si la intentas arrancar corres el peligro de envenenarte. Sólo una gran dosis de resignación y paciencia abren alguna ventana por la que es posible visualizar la continuidad como algo, cuando más, soportable. La causa fundamental de todo son las ausencias señaladas que acaban dilatándose casi eternamente. Silencios que marcan con su presencia el final de etapas que se han creído fundamentales en la propia existencia, que dejan un sabor amargo en la memoria y otorgan al tiempo el dudoso honor de ser el vencedor del corazón humano. Es preciso aprender algunas lecciones antes de que sea demasiado tarde, y luego descubrir que ayer ya era tarde, que siempre lo ha sido.